viernes, 10 de octubre de 2014

IDEALISMO, HISTORICISMO Y MATERIALISMO.

idealismo:

La noción de idealismo posee dos grandes acepciones. Por un lado, se emplea para describir la posibilidad de la inteligencia para idealizar. Por otra parte, el idealismo se presenta como un sistema de carácter filosófico que concibe las ideas como el principio del ser y del conocer.

El idealismo de perfil filosófico, por lo tanto, sostiene que la realidad que se halla fuera de la propia mente no es comprensible en sí misma, ya que el objeto del conocimiento del hombre siempre es construido a partir de la acción cognoscitiva.
Puede decirse entonces que el idealismo se opone al materialismo, una doctrina que asegura que la única realidad es la materia. Los idealistas subjetivos creen que la entidad en sí es incognoscible, pero la reflexión brinda la posibilidad de acercarse al conocimiento. Para los idealistas objetivos, en cambio, el único objeto que puede conocerse es aquel que existe en el pensamiento del individuo.

Es posible distinguir, de acuerdo al idealismo, entre el fenómeno (el objeto que puede conocerse de acuerdo a la percepción de los sentidos) y el noúmeno (es decir, los objetos en sí mismos, con sus propias características naturales). La realidad está conformada por el contenido de la conciencia del hombre: o sea, por lo que percibimos y no por lo que realmente es.

materialismo:

El modo de entender lo que sea la materia determina diferentes maneras de percibir y organizar la realidad, muchas veces antagónicas e irreductibles entre sí, con sus consecuencias ideológicas en el terreno filosófico, científico, teológico y doctrinal en general. Se ofrecen aquí textos y enlaces que permiten estudiar, de forma empírico-cronológica y también histórico-dialéctica, la evolución del concepto y la construcción de la idea de materia, la confusa sucesión de doctrinas dichas materialistas y el propio rótulo pretendidamente englobador de materialismo.
No lo hacemos desde ningún sitio, pues en estos asuntos no cabe pretender eclecticismo, apartidismo o neutralidad. Afrontamos esta tarea desde las coordenadas sistemáticas del materialismo filosófico, que distingue tres géneros diferentes de materia determinada, y que inspiran, por ejemplo, el artículo Materia, escrito por Gustavo Bueno y publicado en 1990 en alemán por la Europäische Enzyklopädie zu Philosophie und Wissenschaften. Como sistematismo no implica dogmatismo, nuestro modo de entender la materia y el materialismo, y de reinterpretar su historia, siempre estará dispuesto a aceptar análisis que resulten más potentes, invitando al debate a quienes tengan algo que decir.
Materia es palabra de uso en lengua española desde hace mil años. El término latino del que procede significaba algo tan específico como silva (bosque) en cuanto material de construcción (de dondemadera) más que como lignum destinado al fuego (de donde leño, leña, madero). Hacía 1090 los Fueros de Villavicencio establecen una tasa de tres denarios por cada «karro de materia», y hacia 1105 Doña Berta concede al obispo Esteban, a San Pedro de Huesca y Jaca que «corten leña, madera, bellotas y hierba» en los montes de Agüero. Pero hacia 1223 los lectores de la Semejanza del mundo saben ya que «caer la nieve en tierra mojada quiere decir granizo por razón que es formado en figura de granos así fazes de materia e de natura de las aguas», que «este fuego que llamamos nos rayo primeramente enciende e quema e fiende e por ende es fuego que trespasa todas cosas que alcanza por que es muy sotil materia quel fuego que nos abemos en uso», que «las nubes se fazen cuando se ajuntan vientos e las nieblas en el aire espeso e esta es su materia e su natura donde se fazen cuando los vientos se vuelven por el aire», o que «según dicen los sabios el aire es toda cosa hueca e vana que ve el omen hasta el cielo desde la tierra e es todo a tal cosa que non embarga el viso del hombre e este aire pertenece una partida a la materia celestial donde en la altura desta partida a tal non se hace nube». Por esos mismos años Gonzalo de Berceo escribe que «la laude es materia e voz de alegría», pero también que «movamos adelante, en esto non tardemos, la materia es grande, mucho non demudemos...», y con similar sentido: «Como son tres personas e una Deidad / que sean tres los libros, una certanedad, / los libros sinifiquen la sancta Trinidad, / la materia ungada la simple Deidad.»
En el primer diccionario de la lengua española, obra pionera entre los diccionarios similares en otras lenguas modernas, su autor, el licenciado don Sebastián de Covarrubias Orozco, huía de manera curiosa antes de tratar qué fuera la materia (Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid 1611):
«Materia, es nombre Latino, materia, vel materies, ex qua aliquid sit. Lo demás dejemos para los Filósofos.»
Aunque el mismo Covarrubias, que elude tratar lo que advierte es ya una idea abstracta y filosófica, no duda al definir algunos conceptos relacionados que la lengua había ido cuajando durante siglos:
«Materias en las disciplinas, llaman los argumentos diferentes, y en las escuelas de los niños, los exemplares de letras que los Maestros les dan para que los imiten. Materia en las heridas, es la podre que sale della. Lat. pus, puris.
Materiales, las cosas que se aperciben para alguna fábrica, o otra cosa que se aya de hacer, como piedra, ladrillo, cal, madera, &c.
Material llamamos al hombre de poco ingenio, y bajos pensamientos.»

«Materialismo, s. m. El error de los que no admiten más substancia que la materia. Comúnmente se dice de los que niegan la inmaterialidad del alma. Animi immortalitatem inficiantium error.
Materialista, s. com. El sectario del materialismo. Animo immortalitatem inficians.» (DRAE 1803)
Pero no se crea que la Constitución de 1812 y la cristalización en España de la segunda generación de la izquierda, la liberal, tenían por qué afectar a los académicos, orgullosos en su papel de ortodoxos definidores de errores y de sectarios: la quinta edición de 1817, la sexta de 1822, la séptima de 1832, la octava de 1837, la novena de 1843 y la décima de 1852 repiten lo mismo. En la undécima edición, la de 1869, tras la gloriosa revolución, simplemente se atreven a suprimir los latinajos. Habrá que esperar a la duodécima edición, en 1884, para que el materialismo deje de ser un error (aunque materialista seguirá siendo sectario todavía un siglo más, hasta fecha tan cercana como 1984, en que los académicos, vigésima edición de su obra, dejen de hacerle profeso y seguidor de una secta, o secuaz, fanático e intransigente de un partido o de una idea), ajena por supuesto la Academia a la riqueza de diferencias y matices que mientras tanto se habían ido acumulando tras esos términos:
«Materialismo. (De material.) m. Doctrina de algunos filósofos antiguos y modernos que consiste en admitir como única substancia la materia, negando, en su consecuencia, la espiritualidad y la inmortalidad del alma humana, así como la causa primera y las leyes metafísicas.
Materialista. adj. Dícese del sectario del materialismo. Ú. t. c. s.» (DRAE 1884)

historicismo:

El término fue acuñado por el historiador alemán Karl Werner (1821-1888) para señalar una corriente de opinión que acentúa la importancia de la historia en el destino del hombre y de la sociedad. Ernest Renan (1823-1892), filólogo e historiador francés, afirmó que “la historia es la forma necesaria de la ciencia de todo lo que llega a ser. La ciencia de las lenguas es la historia de las literaturas y de las religiones. La ciencia del espíritu humano es la historia del espíritu humano”. El filósofo alemán Wilhelm Dilthey (1833-1911) sostuvo que “lo que el hombre es lo experimenta sólo a través de la historia”.
El historicismo es, en consecuencia, la tendencia a hacer de la <historia la ciencia fundamental para la interpretación de la realidad social. Todo se resuelve en la historia. El punto de partida de todas las demás ciencias es la historia.
La historia es, así, un punto de vista para comprender e interpretar correctamente los acontecimientos humanos. Es lo que los filósofos y antropólogos alemanes del siglo XIX llamaban verstehen: un peculiar modo de entender los sucesos humanos dentro del contexto histórico y a partir del conocimiento de la historia.
El historicismo juzga los hechos no por su valor intrínseco sino en función del medio histórico en el que se suscitan. Es su historicidad la que les da sentido. Pero no sólo los hechos: también la lengua, la literatura, el arte, el Derecho, las costumbres, la religión, las creencias, los sentimientos morales y otros elementos de la vida social, que son el producto de una elaboración colectiva, inconsciente e involuntaria, deben interpretarse en el contexto de la historia. Todos ellos están condicionados por circunstancias de espacio y de tiempo. Son valores históricos. No son, por tanto, absolutos ni eternos. Están sujetos a incesante transformación.
Para el historicismo antropológico, que es una de las direcciones que toma esta tendencia, el hombre es un ser esencialmente histórico. Esta es una de sus diferencias específicas con los animales. El hombre está inserto en la trama de la historia. Todo en él es historia. Sus pensamientos, sus conocimientos filosóficos, científicos, tecnológicos, artísticos historia son. Su experiencia vital es historia acumulada. Historia son también sus herramientas, las obras de sus manos, las creaciones de su inteligencia. Todo eso no es más que historia condensada.
Consecuentemente, las tradiciones y costumbres sociales, los sentimientos populares, el “tiempo histórico”, el “espíritu del pueblo” —el “volksgeist”, que llamaba laescuela histórica alemana de Savigny y Grimm— y, en general, la manera de ser y de pensar de las sociedades y de los hombres están condicionados por la convivencia histórica o, para decirlo de otra manera, son un producto de la historia.

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